Llueve , escucho el agua caer desde la cocina , ese pequeño habitáculo dentro de otro no mucho más grande que es mi piso.
Sentado en un rincón , con los brazos apoyados en la pequeña mesa que allí hay, y que cambió hace años ya , si es que la tuvo alguna vez , su función de mesa auxiliar , por la de mesa “ de pequeña oficina” que desempeña , curiosa conversión , es muy pequeña, lo justo para mi libreta , el cenicero y poco más , pero útil aunque su razón de ser no fuera ser el soporte de mis letras.
Octubre , buen mes para estar en mi cocina , aún no hace tanto frío como para buscar cobijo en la mesa camilla , aunque he de reconocer , mas bien admitir , largas estancias en este mi rincón , arrebujado en una vieja “mantita “ esperando , deseando , o sencillamente discutiendo con las musas.
No es un sitio bonito ,ni tan siquiera funcional , la anterior dueña lo diseñó para una talla S y yo vengo a usar una XL ,y ya , los años, más que pesarle, amenazan con desintegrar unos muebles que seguro vivieron épocas mejores, pero es mi sitio , el que no tiene nada , pero el que lo tiene todo.
Apoyado contra la puerta de la alacena , sentado en el suelo , o en este rincón de la pequeña mesa ,protegido de todo he reído , llorado , pensado y creo , que de una forma u otra también he amado.
Huelo la primera lluvia del otoño , mientras el tic-tac del redondo reloj acompaña mis pensamientos , afirma mi pulso y guía mis letras , y , como siempre fue , la paz me envuelve mientras espero a las musas.
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